domingo, 25 de octubre de 2009

Mackie el navaja



Lo peor del romanticismo es la Gesamtkunstwerk, fusión de las artes, que priva a cada una de ellas de su finalidad especifica. El proceso de fusión, se extiende al espectador, que también se funde en el espectáculo y se convierte en una parte pasiva y sufriente de la obra de arte total… Todo aquello que tienda a producir hipnosis, puede llegar a producir una sórdida intoxicación o bien crea confusión y debe ser desechado. Las palabras, la música y la ambientación deben ser cada vez más independientes.


Este proceso disociativo hará que el espectador no se involucre emocionalmente en la acción, mantendrá la distancia necesaria como para recibir la manifestación artística como instrucción moral.


Bertolt Brecht (1898-1956)


La opera de los 3 centavos es una pieza de teatro escrita por Bertolt Brecht con música de Kurt Weil, estrenada en Berlín en agosto de 1928. Muchos analistas no la consideran una opera, tecnicamente es una obra teatral con canciones, pues la partitura no impulsa la acción sino la detiene para explicarla.


Destaca la canción de repercución internacional "Die Moritat Von Mackie Messer", simple melodía que se repite una y otra vez con un acompañamiento ligeramente distinto en cada repetición.


LA VERÍDICA HISTORIA DE MACKIE NAVAJA


Los caimanes tienen dientes

que no tratan de esconder;

pero Mackie no nos muestra

su navaja, bien lo sé.


Los caimanes cuando matan

rojos quedan por demás;

pero Mackie lleva guantes,

¿quién su crimen notará?


En la margen de los ríos

gente muere por doquier

¿Es la peste? ¡Quién lo sabe!

¡Si anda Mackie hay que ver!


En un día de verano

un cadáver se encontró;

nadie supo de esa muerte,

sólo Mackie se enteró.


Samuel Maier y otros ricos

nadie sabe dónde están;

Mackie tiene sus riquezas,

¿pero quién lo probará?


Jenny Towler fue encontrada

con herida de puñal.

¿Quién su muerte produjera?

¡Sólo Mackie lo sabrá!


¿Y de Glite, carruajero,

sabe alguien qué decir?

"Hace tiempo no lo veo",

dice Mackie sin mentir.


Y el incendio donde un niño

hace días pereció,

¿sabe usted quién lo produjo?

No lo diga: ¡Mackie no!


Y la viuda jovencita,

cuyo nombre saben bien,

despertose ya violada;

¿Mackie, cómo pudo ser?




domingo, 11 de octubre de 2009

Los cuentos de Hoffmann I


Acaso, benévolo lector, has experimentado en tu pecho o has vivido o has imaginado algo que deseas expresar. La sangre te hierve en las venas como si fuera fuego y tus mejillas se enrojecen. Tu mirada parece extraviarse como si vieras figuras en el espacio vacío, que los demás no perciben, si hablas tu voz se convierte en profundo suspiro. Los amigos te preguntan: «¿Qué te sucede? ¿Te pasa algo?...». Y tú quisieras expresar cómo son estas imágenes que ves en tu interior con colores brillantes y sombras oscuras y no puedes encontrar palabras. Y desearías expresar con una sola palabra, que fuera como una descarga eléctrica, todo lo maravilloso, horrible, fantástico, espantoso. Pero esa palabra que apenas puedes decir te parece incolora, helada, muerta.


Tengo en mi interior una cosa como la que acabo de describirte, deseo contarte cosas acerca de mi fatídica existencia, de mis amores frustrados. Mi alma ha estado dominada por cosas raras y maravillosas. ¡Lector mió!, deseo que tú también tengas esta sensación de lo fantástico. Mis relatos serán como un cuadro, un retrato, donde puedas ver a una persona aun sin conocer el original. Aunque quizá pienses que no hay nada más absurdo y fantástico como creer que alguien pueda reflejar la verdadera vida en un espejo opaco que solo da un oscuro reflejo.


Olimpia


Cursaba mis estudios Universitarios cuando la conocí en la casa del profesor Spalanzani... El italiano me había invitado a ver algunos de sus experimentos… Al pasar por un vestíbulo vi a una mujer esbelta, bien proporcionada y muy bien vestida, sentada en el centro de la habitación, apoyados sus brazos sobre una mesita, con las manos juntas; como estaba de cara a la puerta, mis ojos se encontraron con lo suyos, observé y me sentí poseído de asombro al mismo tiempo que de temor, pude percibir que sus pupilas carecían de mirada, parecía que estaba dormida con lo ojos abiertos, me sentí muy desconcertado y seguí mi camino hacia la sala donde me esperaba el profesor… Luego me entere que ella se llamaba Olimpia, que era hija de Spalanzani, que la mantenía secuestrada en su casa y que no quería que nadie se acercara a ella.


Pasado un tiempo, al regresar de unas vacaciones, encontré mi casa en un estado lamentable por causa de un incendio, tuve que hospedarme en una habitación alquilada frente a la casa de Spalanzani. Desde mi ventana se podía ver muy bien el interior del cuarto donde, con frecuencia, cuando las cortinas estaban descorridas, se veía Olimpia muda e inmóvil. Siempre me extraño que Olimpia permaneciera en la misma actitud horas enteras, sin ocuparse de nada, junto a la mesita. También debo confesar que nunca en mi vida había visto una mujer tan hermosa... Al principio solo dirigía algunas miradas distraídas a la estancia ocupada por esa bella estatua, pero a partir de mi encuentro con el mecánico y óptico Coppola, todo cambio. Este hombre, que al momento de conocerlo trajo a mi mente espantosos recuerdos de mi infancia, me vendió unos anteojos con los que pude ver con gran claridad y pureza hacia la estancia Spalanzani. A través de esos anteojos, por vez primera, vi detenidamente el hermoso semblante de Olimpia, mire como sus ojos fijos, como muertos, irradiaban pálidos rayos de luna. Desde ese momento no pude frenar el impulso irresistible de tomar los anteojos de Coppola y ver la fascinante figura de Olimpia.


Llego el tiempo en el que las ventanas permanecieron cerradas por varios días y yo solo pensaba en Olimpia. Se multiplicaba a mí alrededor como por encanto, la veía flotando en el aire, brillando a través de setos floridos, reproduciéndose en arroyuelos cristalinos. «¡Oh, estrella de mi vida, no me dejes solo en la tierra, en la negra oscuridad de una noche sin esperanza!». Durante esos días, creí volverme loco, desesperado y poseído de una especie de delirio tuve que abandonar la ciudad… Por fortuna a mi regreso encontré una invitación, el profesor Spalanzani daría una gran fiesta, un concierto de baile, al que asistiría lo mas notable de la Universidad… ¡Olimpia iba a ser presentada en sociedad!


El día de la fiesta llegue a la hora convenida y con el corazón palpitante, Olimpia lucia hermosa, era admirada por su belleza y perfectas proporciones. Note algo extraño, un ligero arqueamiento en el talle, supuse que era por su talle de avispa en exceso encorsetado. Además, andaba con una especie de rigidez, que desagradaba y que los comentarios le atribuían a su timidez natural, acentuada al encontrarse ahora en sociedad. Olimpia toco el piano con gran habilidad y canto una aria con voz sonora y brillante, estaba extasiado. Durante el concierto instintivamente saque los anteojos de Coppola y mire a mi bella Olimpia, su mirada me pareció anhelante me traspasaba ardientemente, no pude evitar esta exclamación «¡Olimpia!»… Muchos se rieron de mí.


Cuando comenzó el baile, mis deseos tenían un objetivo «Bailar con ella... bailar con ella...», no supe bien como, pero al empezar el baile me encontré junto a Olimpia y balbuceando algunas palabras, intente tomar su mano. Un sudor frío inundó mi frente cuando con la extremidad de mis dedos roce los de Olimpia, pues su mano estaba helada como la de un muerto. Detuve en ella mi mirada y observe que sus ojos tenían la misma fijeza lánguida, tuve la sensación de que el pulso empezaba a latir en su muñeca y la sangre corría por sus venas. Enlace con mi brazo su talle y atravesé las filas de los invitados hacia la pista de baile. Durante el baile sentí una rigidez rítmica que me obligaba a detenerme, Olimpia no seguía bien los compases de la música, poco me importo el detalle, esa noche la saque a bailar cuantas veces quise. Excitado por la danza y el vino, perdí la timidez, sentado junto a Olimpia tome sus manos y le hable de amor con todo el fuego y la pasión que sentía, ella me miraba fijamente y solo suspiraba «¡Ah... ah... ah...!». Yo exclamaba: «¡Oh, mujer celestial, que me iluminas desde el cielo del amor! ¡Oh, criatura que domina todo mi ser!», y cosas por el estilo, pero Olimpia únicamente me respondía: «¡Ah, ah!». Hubo un momento en que las luces disminuyeron y mis labios ardientes se encontraron con sus labios helados, por un momento me sentí dominado por el terror y paso por mi mente la leyenda de la novia muerta, pero Olimpia me oprimía contra su pecho y mi beso pareció vivificar los suyos. Al terminar la fiesta se me abrieron las puertas del paraíso al escuchar al profesor: «Ya veo que lo ha pasado muy bien con mi hija, tendremos mucho gusto en que venga a conversar con ella, y su visita siempre será bienvenida.»


El baile fue durante mucho tiempo tema de conversación, me encolerizaba escuchar los comentarios sobre la callada y rígida Olimpia: «Es muy extraño, pero todos nosotros juzgamos del mismo modo a Olimpia. No te enfades, hermano, si te digo que nos parece rígida y como inanimada. Su cuerpo es proporcionado, como su semblante, es cierto... Podría decirse que sus ojos no tienen expresión ni ven. Su paso tiene una extraña medida y cada movimiento parece deberse a un mecanismo, canta y toca al compás, pero siempre lo mismo y con igual acompañamiento, como si fuera una máquina. Esta Olimpia nos ha inquietado mucho, y no queremos tratarnos con ella; se comporta como un ser viviente, aunque en realidad sus relaciones con la vida son muy extrañas». Ante estos comentarios, a veces permanecía callado, pues creía poderles demostrar a estos tontos que su propia estupidez les impedía darse cuenta del maravilloso y profundo carácter de Olimpia. Otras veces en tono serio replicaba: «Todos vosotros sois unos jóvenes prosaicos y por eso Olimpia os inquieta. ¡Sólo a los caracteres poéticos se les revela lo que es semejante! Solamente me mira a mí, y sus pensamientos son para mí, y yo sólo vivo en el amor de Olimpia. Es posible que no logréis entablar con ella una conversación vulgar, propia de los caracteres superficiales. Habla poco, es cierto, pero las escasas palabras que dice son para mí como verdaderos jeroglíficos del mundo del amor, y me abren el camino del conocimiento de la vida del espíritu para la consideración del más allá. Vosotros no comprendéis nada, y es en vano».


Solo vivía para Olimpia, pasaba los días enteros junto a ella, le hablaba de amor, de la ardiente simpatía que sentía. Leí a Olimpia todo lo que había escrito, poesías, fantasías, visiones, novelas, cuentos, y cada día aumentaba el número de mis composiciones con toda clase de sonetos, estancias y canciones, ella escuchaba siempre con suma atención, jamás se cansaba de escucharme. Nunca había tenido una oyente tan magnífica. No tejía, no cosía, no miraba por la ventana, no daba de comer a ningún pájaro, no jugaba con algún perrillo ni con algún gatito, no hacía pajaritas ni tenía algo en la mano, ni disimulaba un bostezo fingiendo toser; horas enteras permanecía con la vista fija en mis ojos, sin moverse, ni menearse y su mirada era cada vez más ardiente y más viva. Sólo al terminar, cuando me levantaba y llevaba su mano a mis labios para depositar en ella un beso, decía: «¡Ah! ¡Ah!...», y luego: «¡Buenas noches, amor mío!...».


«¡Qué encantadora eres!¡Sólo tú, sólo tú me comprendes.» Olimpia hablaba en su interior, en mis obras se manifestaban sus palabras. Pero, ¿Qué son las palabras?, si la mirada de sus ojos decía más que la elocuencia de los hombres. Un día decidí que fuera mi esposa y corrí a su casa para suplicarle que me manifestase con palabras lo que ya me había expresado con ardientes miradas, que deseaba ser mía. Antes de llegar a su habitación escuche dos voces «¡Quieres soltar, miserable, infame! ¿Te atreves a robarme mi sangre y mi vida?». «¡Yo hice los ojos!» «¡Y yo los resortes del mecanismo!» «¡Vete al diablo!» «¡Llévese tu alma Satanás, aborto del Infierno!». Al llegar a su habitación me encontré con dos combatientes, Spalanzani y Coppola, disputándose con furia a una mujer, el uno tiraba de ella por los brazos, y el otro por las piernas. Retrocedí horrorizado al descubrir que era Olimpia, luego con furia salvaje, quise arrancar a mi amada de sus manos, pero en el mismo instante Coppola, dotado de fuerza hercúlea, nos obligo a soltar la presa gracias a una vigorosa sacudida, levanto a mi amada con sus nervudos brazos la cargo sobre sus hombros y desapareció. Ya repuesto vi con horror la cabeza de Olimpia en el suelo, reconocí una figura de cera con los ojos rotos de esmalte. Spalanzani me gritaba: «¡Corre detrás de él! ¡Corre! ¿Qué dudas?... Coppola, Coppola, me has robado mi mejor autómata... en el que he trabajado más de veinte años... he puesto en este trabajo mi vida entera, yo he hecho la maquinaria, el habla, el paso..., los ojos... pero yo te he robado los ojos..., maldito... condenado... ¡Vete en busca de él... tráeme a Olimpia... aquí tienes sus ojos!». Vi a sus pies dos ojos sangrientos que le miraban con fijeza, me los arrojo hacia el pecho y en ese instante fui poseído por un acceso de locura, comencé a gritar cosas incoherentes «¡Hui... hui... hui! ¡Horno de fuego... horno de fuego!... ¡Revuélvete, horno de fuego! ¡Divertido... divertido! ¡Muñeca de madera, muñeca de madera, vuélvete!». Fui conducido al manicomio. Horas después recobre la razón y al abrir los ojos experimente un sentimiento de bienestar, me invadió un placer celestial.


Olimpia era un autómata, su historia hecho raíces, y ahora todos desconfían hasta de las figuras vivas. Y para convencerse enteramente de que no aman a ninguna muñeca de madera, muchos amantes exigen a su amada que no baile ni cante a compás, y que se detenga al leer, que teja, que juegue con un perrito, etc., y sobre todo que no se limite a oír, sino que también hable y que en su hablar se evidencie el pensamiento y la sensibilidad. Los lazos amorosos se estrecharan más, pues de otro modo se desataran fácilmente. «Esto no puede seguir así», dicen todos. En los tés, ahora se bosteza para evitar sospechas.


jueves, 1 de octubre de 2009

Payaso












Este pequeño experimento resulto una fotonovela... como aquellas que tuvieron su máximo auge en la decada de los 70's... Esto también me hizo recordar la revista Alarma "Raptola, Violola y Matola", para muchos una revista de mal gusto, sin embargo, forma parte de la cultura contemporánea de México.

Boton derecho sobre la imagen permite abrirlas en una ventana nueva con mayor tamaño.