Cierto día después de una representación
en Parma, Verdi recibió la carta de un desconocido: “Distinguido señor Verdi. El 2 del cte. mes viaje
a Parma incitado por la sensación que ha causado su ópera Aida. Mi curiosidad era
tan grande que media hora antes de la función ya estaba sentado en mi butaca N°
120. Admiré los cuadros escénicos, escuche con deleite a los cantantes y me esforcé
por no perder ningún detalle. Al concluir la representación me pregunte si yo
estaba satisfecho. La respuesta fue negativa. Regrese a Reggio en donde vivo y,
durante la travesía preste atención a los juicios de mis compañeros de viaje.
Casi todos coincidían en que Aida era una obra de la más alta categoría. En
consecuencia, me sentí impelido a escuchar la obra de nuevo y el día 4 volví a
Parma. Debido a la enorme afluencia de
público conseguí, a duras penas, una localidad por cinco liras. Nuevamente,
llegue a la misma conclusión: la opera no contiene nada que pueda entusiasmar o
cautivar. Si no fuera por la grandiosidad de los cuadros escénicos, el público difícilmente
soportaría en su butaca hasta el final. Esta
ópera llenara el teatro unas cuantas veces más y luego se enmohecerá en las
bibliotecas. Estimado señor Verdi, ahora usted se imaginara mi pena por haber
gastado treinta y dos liras en estas dos funciones. Si piensa, además, en la
circunstancia agravante de que yo dependo en lo material de mi familia, comprenderá
que esta suma me quita la calma como si fuera un horrible fantasma. Por lo
tanto, apelo a su generosidad para que me la restituya. A tal efecto, acompaño
la factura: importe del pasaje en ferrocarril, 5.9 liras; teatro 8 liras; una
cena, criminalmente mala, en la estación 2 liras; todo multiplicado por dos, da
como resultado total, 31.80 liras. En la esperanza de que me ayudara en esta
grave dificultad, lo saluda cordialmente Prospero Bertari, Via San Domenico N°
5, Reggio.
Respuesta
de Verdi a su editor Ricordi, residente en Milán: “… Podrá imaginar que de
buena gana pagare esa pequeña factura para librar de sus fantasmas a este joven
que depende de su familia. Le ruego, pues, que le mande 27.80 liras. No es la
suma exacta que reclama, pero no pienso pagarle también su cena -¡pues bien
pudo haber comido en su casa!-. Exíjale que confirme la recepción del dinero y,
sobre todo, que escriba una nota en la cual se comprometerá a no asistir mas a
ninguna de mis operas. Esto lo salvara del peligro de ser molestado por
fantasmas y a mí de tener que pagar sus
costos…”